En 1954, la Asamblea General de las Naciones Unidas recomendó la institución de un Día Universal del Niños en todos los países. en el Perú, esta celebración se observa desde el 25 de enero de 2002, cuando el, Congreso de la República decretó que cada segundo domingo de Abril sea dedicado a celebrar el Día del Niño Peruano a nivel nacional. Sin embargo, por una costumbre anterior, provenientes de Chile y Argentina, en el Perú también recordamos el Día del Niño en el tercer domingo de Agosto de cada año. con el pasar del tiempo, esta fecha se ha hecho popular, pero por un carácter más comercial. este 2018 se celebrará el Día del Niño el domingo 19 de agosto.
Todos los seres humanos pasamos por la etapa de la niñez y se habla mucho de la importancia de las experiencias para la vida futura de la persona. En este sentido es preciso resaltar algunas características de la niñez, como: la inocencia, espontaneidad, sinceridad, capacidad de asumir conocimientos, facilidad de expresión de sus emociones, etc. Jesús se sirvió del significado del ser niño. Su proyecto de salvación recoge la figura de los niños como un modelo de inocencia, pureza y felicidad. En muchas ocasiones Jesús pone como ejemplo a un niños para hacerles entender su mensaje. Jesús tuvo una predilección especial por los niños y por su inocencia desbordante, muy conocida el Evangelio de (Mateo 19; 14) “Dejen que los niños vengan a Mí, y no se lo impidan porque los que son como ellos es el Reino de Dios” la gran misión de Jesús tiene como centro expandir el Reino de su Padre Dios.
Hoy se las políticas, las instituciones tienen bien claro, que para formar buenos ciudadanos es necesario implementar mejor mejor los servicios y atenciones comenzando desde los niños. que tengan buena salud, educación de calidad, espacios de recreación, respeto de sus derechos y cubrir otras necesidades y atenciones para que se desarrolle de manera más completa. Es un gran logro del desarrollo humano, porque apuesta en la calidad y capacidad de agencia del individuo. Sin embargo, hay algo que no está del todo bien claro. ¿Cómo es posible en un mundo donde los niños reciben los mejores atenciones, haya leyes que los protejan, una calidad de vida para satisfacer las necesidades básicas, existan muchos niños, adolescentes y jóvenes que no son resultado satisfactorio del ideal del desarrollo humano. Es decir, la realidad no ha cambiado mucho, porque siguen existiendo niños, adolescentes que sufren por muchas razones ya sea desde la familia, la sociedad y el mismo Estado.
Como cristianos nos cuestionamos y tenemos algunas respuestas ante la situación, porque somos parte de la sociedad y colaboramos en el proceso del desarrollo de ser humano. Desde el nacimiento, la catequesis, los grupos de Infancia Misionera, los colegios religiosos, entre otras actividades que agrupan y prestan servicios de formación, siempre buscando el desarrollo humano como en el ámbito psicológico, espiritual e intelectual. La riqueza que tenemos como cristianos es dar amor, un amor incondicional heredado por el Mismo Cristo y los Santos. Esta característica nos convierte en referentes de paternidad, maternidad y hermanada para los niños que no encuentran en su hogar ni en las calles. De esta manera el “ser” y que “hacer” nos configura con el Señor, siendo “luz y sal del mundo”como la encarnación del amor divino para su pueblo que acompaña a los que sufren.
La Iglesia, está lleno de hombres y mujeres que acuden buscando amor, escucha, ser valorados y sobre todo también a sentirse realizado como persona. Muchas veces los niños se sienten mejor en la Iglesia junto a sus catequistas o algún agente pastoral que en sus casas. Luego cuando joven o adulto en medio de problemas, su último recurso es regresar a la Iglesia frente al santísimo, buscando un sacerdote, una hermana religiosa para contarles sus problemas. Ahí está la grandiosidad de ser Iglesia en la sociedad, comprometidos con el ser humano desde su concepción hasta más allá de la muerte. Es decir, amar sin límites.