Asociamos a menudo la Cuaresma con “prácticas cuaresmales”, tales como la oración, el ayuno y la limosna. La oración como intensificación del “recordar” a Dios en la vida; el ayuno, como el abandonar el egoísmo para dar paso a la atención al prójimo; la limosna, como el crecer en solidaridad para atender las necesidades de los demás, en concreto de los más pobres y necesitados. Pero la Cuaresma va mucho más allá, se trata de un tiempo para la conversión de los corazones y preparación para el encuentro con Cristo Resucitado. Un camino de 40 días en el que, además de prepararnos para la celebración del Misterio Pascual, se experimenta todo un aprendizaje personal.
La experiencia de la tentación
La tentación está presente constantemente en la vida de las personas y de las comunidades eclesiales y sociales. Incluso la oración del padrenuestro nos pide que no caigamos en ella y seamos dominados por el maligno. La Cuaresma es, por tanto, ese tiempo propicio para abrirnos a la Gracia de Dios, que puede liberarnos de tal esclavitud y dependencia. Cristo estuvo 40 días en el desierto siendo tentado por el Diablo, pero no cayó. Un ejemplo que debemos seguir para vencer la tentación y para dejar que Él nos ayude para no caer en ella.
La experiencia de purificación por Amor
Dada nuestra realidad pecadora, porque todos llevamos dentro tendencias de maldad, la Cuaresma invita también a renovarse espiritualmente y a salir de la indiferencia para estimularse a crecer en la fe y en el interés por el prójimo. Es tiempo en el que somos purificados por amor. Por un lado, porque nos damos cuenta de que es así como Dios nos ama y por otro porque el simple hecho de sentirnos amados por Dios nos lleva a amar al prójimo.
La experiencia de liberación
La Cuaresma nos brinda la oportunidad de discernir en nosotros las dosis de mundanalidad, es decir, de olvido del Evangelio en la vida práctica, por encima de las ideas. Además, es un tiempo eclesial para contribuir a que la Iglesia se libere de las lacras que la esclavizan, entre ellas, actos anti-testimonio, apegos al dinero, males de la lengua, ansias de poder, etc.
La experiencia de Dios y de oración
Es tiempo también para aprender que Dios no quiere la muerte del pecador, su daño, sino que se arrepienta para recobrar vida, con la alegría de Dios. La oración nos lleva a reconocer al Dios del perdón y de la misericordia, que a veces queda oscurecido en nuestra memoria y, más aún, en nuestra inclinación y práctica del rechazo al diferente. La cuaresma es el momento propicio para ensanchar la comunicación con Dios y conectar con Él. Además, algo muy eficaz es preguntarnos si “hacemos lo que rezamos” y si “rezamos lo que hacemos”.
La experiencia de caminar con una meta, aunque sintamos cansancio
Al igual que el profeta Elías – quien perseguido a muerte por Jezabel huye adentrándose en el desierto, pero desanimado por el agotamiento, se desea la muerte, entonces llegó el ángel de Dios para darle fuerza con alimento y bebida – nosotros también, en algunos momentos de la vida, sentimos que ya no vale la pena seguir empeñándonos en nuestros compromisos de fe. En la cuaresma aprendemos que en la experiencia del cansancio, desaliento y deseo de huida, el alimento dado por Dios hace recobrar fuerzas para seguir caminando con fidelidad a la vocación recibida.
Por ello, frecuentar los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, Reconciliación o de Perdón, es un modo de alimentar el espíritu y de ir a Jesús, para encontrar ánimo y reposo.
fuente: Mireia Bonilla – Vatican News