Por. Clemente Sobrado CP
Es fácil tener un hijo. Lo difícil es hacer de él lo que realmente está llamado a ser. Uno de los problemas que los padres suelen plantearse, sobre todo con los adolescentes, es: «¿Dónde están?», «¿a dónde van?»
El problema del «dónde»
Los tiempos han cambiado. Hoy, los jóvenes salen por las noches a la hora que antes los padres regresaban a casa. De ahí la gran preocupación de estos últimos: «¿A dónde vas?, ¿dónde has estado?» Entiendo que es un problema «el lugar que frecuentan sus hijos». Pero con frecuencia reducen sus preocupaciones a «dónde y con quién».
Me gusta la interrogante que plantea el papa Francisco a los padres: «Aquí vale el principio de que el tiempo es superior al espacio». Es decir, se trata de generar procesos más que de dominar espacios. Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, solo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá ni lo preparará para enfrentar los desafíos.
Lo que interesa es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía. Solo así tendrá los elementos que necesita para saber defenderse y para actuar con inteligencia y astucia en circunstancias difíciles. Entonces, la gran cuestión no es dónde está el hijo físicamente, con quién está en este momento, sino dónde está en un sentido existencial, dónde está posicionado desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus deseos, de su proyecto de vida. Por eso, las preguntas que hago a los padres son: «¿Intentan comprender si sus hijos realmente están en su camino?, ¿dónde está realmente su alma? ¿Lo saben? Y, sobre todo, ¿quieren saberlo?» (AL, 261)
Del dónde al cómo
Está bien que los padres sepan dónde andan sus hijos. Pero, qué solucionan sabiéndolo. Para el Papa, eso puede ser importante, pero no soluciona los problemas. Lo que interesa de verdad es prepararlos para que, estén donde estén, sepan ser ellos mismos. Lo que necesitan, es ser educados en la libertad. Saber ser libres dondequiera que estén.
Todos sabemos cómo manipulan los grupos, somos conscientes de su fuerza. El grupo es el que impone los comportamientos y condiciona la libertad de sus miembros.Un muchacho puede ser estupendo mientras anda solo. Pero una vez que entra en el grupo, es absorbido por este. Por eso, lo que se necesita es «generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía».
¿Recuerdan a aquella abuelita que prohibía a la nieta salir con su enamorado?: «Abuelita, ¿dudas de mí? ¡No, hija, tú eres una santa! ¿Dudas entonces de él? Tampoco, hija, ¡él es un santo! ¿De quién dudas, entonces? ¡De los dos juntos, hija!» Un problema es el «dónde», pero mayor es el «cómo». Dónde está existencialmente, «dónde está posicionado desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus deseos, de su proyecto de vida».
Formación más que prohibiciones
La cuestión es qué tipo de valores han sembrado los padres en el corazón de sus hijos, qué tipo de libertad les han inculcado, qué tipo de criterios de conducta. Con la prohibición no se logra nada. No negamos que puedan ser una ayuda y una guía. Pero…, ¿quién vive correctamente en base a prohibiciones?
Siempre me he preguntado qué hacen los policías de tránsito justo debajo de los semáforos. ¡Es que no basta el semáforo que cierra y abre el paso! Podemos pasarnos el semáforo si está en rojo; pero cuando vemos al policía, no nos arriesgamos. Conducimos no desde nuestros valores y principios sino desde nuestro miedo a la «papeleta», y hasta somos capaces de evitarla con una coima.
La gran labor de los padres no está en el grito ni en la prohibición, sino en la formación de la libertad; una libertad responsable, que haga a sus hijos libres frente a los demás. Una libertad que los haga caminar por la vida con autonomía de decisiones. Independientemente del conocido principio: «No hay que llamar la atención en el grupo», «no se puede ser raro y extraño al mismo». Solo una libertad madura podrá hacerlos libres en el grupo y responsables de ellos mismos.
«Lo que interesa es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía. Solo así tendrá los elementos que necesita para saber defenderse y para actuar con inteligencia y astucia en circunstancias difíciles».