Por. Clemente Sobrado, C.P.
La visión del Papa
Abro Internet y me encuentro con esta otra visión, de Christine Lagarde, del Fondo Monetario Internacional: «Los ancianos viven demasiado y es un riesgo para la economía global, hay que hacer algo ya». Y unas líneas más abajo descubro la visión de los economistas que hablan del «riesgo de la longevidad».
Primero fueron los niños
La segunda mitad del siglo XX imperó la cultura del «anti-niño». Los nacimientos eran el gran problema social y una de las grandes causas del subdesarrollo. Se orquestaron campañas «anti-vida», «anticoncepción», «de esterilización». Había que reducir todo lo posible el nacimiento de hijos y se logró implantar la mentalidad del «hijo único» o de la «parejita». Un pensamiento que fomentó el amor sin compromiso, sin fecundidad; y que hoy va a ser muy difícil de revertir.
Hoy son los ancianos
Da la impresión de que el sistema económico gira en torno a la vida. Primero, la vida que comienza; y ahora, la vida que atardece. Antes, los niños; hoy, los ancianos. Del riesgo de la «natalidad» se ha pasado al «riesgo de la longevidad». En muchas partes del mundo se ha reducido tanto la natalidad, que apenas si hay niños; pero abundan los ancianos. La pirámide de la vida se ha invertido.
Antes, el peso de la sociedad eran los niños. Ahora, el peligro son los ancianos. Y ya se están apuntando posibles soluciones: aumentar la edad de la jubilación, incrementar las cargas sociales, rebajar las pensiones de jubilación… En el fondo, los ancianos tienen que pagar el costo social de vivir más. No se habla de las condiciones de vida que se merecen quienes han invertido su vida en trabajar y que ahora tienen derecho en envejecer con dignidad. Una vez más, la vida es puesta al servicio de la economía.
No quisieron escucharnos
El fenómeno de una sociedad envejecida era de preverse, y muchos lo dijimos en aquel entonces: «Estamos caminando hacia una sociedad de ancianos». Por una parte, la medicina alargaba la vida; y por otra, se cerraba la corriente del reemplazo impidiendo los nacimientos. ¿Qué se podía esperar? Lo que hoy se ve, pero en aquel entonces nadie quiso escuchar. Se nos calificó de todo, y resulta que teníamos razón.
Ahora, hasta el mismo Papa reconoce el problema social cuando dice: «Este desequilibrio nos interpela; es más, es un gran desafío para la sociedad contemporánea». Lo que cabe preguntarse, es si «este desafío» no se convertirá en una pesadilla para los ancianos y tengan que ser ellos los que deban pagar el precio «de vivir más».
¿Será una solución prolongar más los años de trabajo para la jubilación? Que trabajen más, sin que se les deje tiempo para que disfruten algunos años. Que mueran trabajando, produciendo.
¿Será otra solución imponer más cargas sociales a su salario? Si con lo que muchos ganan no solo no van a tener tiempo para vivir, sino que no tendrán con qué vivir.
¿Rebajar las pensiones de jubilación? Muchos apenas ganan para vivir con un mínimo de dignidad.
El problema existe, se veía venir. Lo que está pendiente es qué soluciones humanitarias le encontrarán. Es fácil crear el problema, lo difícil es buscarle respuestas que condigan con la dignidad de las personas. Por lo pronto, ya se comienza a hablar de que «los ancianos viven demasiado» y «son un riesgo». No quiero aventurar futuros, prefiero terminar con las palabras del Papa: «Queremos remover nuestro acrecentado miedo a la debilidad y a la vulnerabilidad; pero de este modo aumentamos en los ancianos la angustia de ser mal soportados y abandonados».
«Los ancianos tienen que pagar el costo social de vivir más. No se habla de las condiciones de vida que se merecen quienes han invertido su vida en trabajar y que ahora tienen derecho en envejecer con dignidad. Una vez más, la vida es puesta al servicio de la economía».